miércoles, 22 de septiembre de 2021

"Memorias de mi Madre"

 Después de un largo tiempo de silencio, vuelvo a expresar mis emociones a través de algunos cuentos de mi autoría escritos para el Festival de Letras en el marco del 114  aniversario de declaratoria de mi ciudad de  Casilda  .

Memorias de mi madre

Clara era mi madre, siempre nos contaba que no había tenido una vida fácil, que su niñez había transcurrido en el altiplano cuidando a los cabritos, que el viento no acariciaba sino que golpeaba cual paliza traviesa, que oía sonar las cajas al son de alguna  copla lastimosa, y que las piedras y los espinillos rodaban en la arenisca lastimando sus pequeños pies apenas calzados con uyutas de cuero  cosidas por su madre, sin embargo, a pesar de la pobreza, de la soledad, del eterno silencio de los cerros,  dejaba volar su mente al compás del susurro de algún  lánguido arroyito que, de vez en cuando se atrevía a romper la quietud del lugar, desafiando el calor que pugnaba por evaporarlo, y así seguía, rememorando aquellos tiempos plagados de duendes y fantasmas que, a pesar de su  espíritu libre nos relataba su infancia y sus sombras.

Acurrucados contra su falda nos disponíamos a escucharla y nos embelesábamos imaginando ser los protagonistas de algunas de sus historias, mientras ella, entrecerraba sus ojos y como viajando en el tiempo comenzaba el relato, las palabras brotaban suave, sin prisas, con pausas que nosotros mentalmente empujábamos apurados y ansiosos.

-Era un día de calor sofocante, el suelo parecía flotar y quedar suspendido en el aire, ondas polvorosas se movían al ritmo de un cálido y tenue viento, yo me encontraba en el rancho, junto a mi madre y mis hermanos, el silencio reinaba, era la hora de la siesta, todos dormían, yo me negaba a dormir y siempre trataba de imaginarme que el viento me traía una alfombra mágica que me rescataba de la pobreza y me llevaba a un mundo maravilloso, cuando de pronto escuché: “¡Clara, Clara!” ¿Tía? –Contesté- ¿Do, donde estas?, mi vista se había dirigido mecánicamente hacia la puerta pero… no había nadie, me levanté apresurada, aunque en silencio, para no despertar a los demás, ¡corrí!, corrí hacia la puerta y la abrí de un golpe, ¡Tía, tía! –Llamé-  Sólo el viento me contestó como en un atemorizante aullido, temblé, se me erizaron los pelos, nadie en las calles, un cielo diáfano que no daba lugar a engaños, mi tía no estaba, no había huellas de carruajes, ni caballos y mucho menos ruedas de automóvil, cabizbaja y apenada volví a mi catre, apenas terminé de acomodarme en él volví a escuchar la voz ¡Clara, Clara! Nuevamente salté de la cama y corrí a la puerta, esta vez entreabierta, y…, otra vez el silencio y el vacío. Esa vez no aguanté y zamarreé a mamá. “! Mamá, mamá! La desperté casi al borde de las lágrimas y también atemorizada, le conté entre sollozos lo que me había pasado, pero ella, no me creyó, “Un sueño” –me dijo- casi como en un reto, me había atrevido a despertarla, ella no era mala, solo estaba cansada, había que lidiar con tantos niños, levantarse antes del sol para ordeñar y hacer el queso de cabras para luego llevar al mercado y venderlo, por eso la entendí cuando se dio media vuelta y me ordenó que vuelva a la cama. La hora de la siesta aún no acababa, el calor seguía acuciando y no era bueno callejear en esos horarios, más tarde volveríamos a la rutina del hogar, ahora había que dejarse llevar por el sopor que los 40 grados producían.

Pasé el resto de la jornada sin contratiempos, jugamos a la payana después de cazar mariposas con una ramita, ayudar a mamá a hornear el pan acercándole la leña, amasando bollitos con la masa que quedaba y hasta la ayudé a rellenar empanadillas con dulce de cayote.

Al caer la noche, después de cenar, sacamos los catres a la galería, era insoportable quedarse dentro debido al gran calor reinante todavía. Allí dormimos apenas cubiertos por una fina manta tejida por los artesanos del lugar.

Me dormí profundamente, cuando de pronto, volví a escuchar la voz ¡Clara, Clara!, desperté, buscando en la oscuridad apenas iluminada por la luna y las luciérnagas y sólo el canto de los grillos cortaba el silencio de las quebradas. Mi mente trataba de dilucidar este enigma a la velocidad de un rayo, volví a preguntar ¡Tía! ¿Sos vos? ¿Me necesitas? ¿Qué me querés decir? Y volví a dormir con un feo presentimiento, no sin sobresaltos esta vez hasta que, me asaltó el espanto, esta vez sentí que una mano fría tocaba mi cara ¡y yo!, yo me tapaba la tapaba y la mano, la mano seguía acariciándome, yo temblaba y rezaba, se agolpaban en mi boca las oraciones pidiendo protección, que ya a esa hora estaba convencida que era…

¡Una fantasma Má! -gritamos nosotros- ¡Sí, un fantasma! -dijo ella estremeciéndose en su silla-.

Apenas los gallos comenzaron a cantar al clarear el día y escuché a mamá moverse con un desperezo incierto, corrí hacia ella y envuelta en lágrimas le conté lo sucedido, esta vez no me retó, me miró con ternura, me abrazó y sentenció: Después del desayuno nos vamos a la ciudad a visitar a la tía. No hizo falta, en eso llegó el cartero.

Tía Tita había muerto esa madrugada.

Esa noche, se había despedido de nosotros.

 

Graciela Pellegrino

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